.

.

...

...



PARA COMPRAR ESTE LIBRO:
Comunicarse vía electrónica a:
gomez_ramiro@hotmail.com
También a la venta en la librería de la ESCUELA NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA (ENAH).
Costo: $250.00

martes, 8 de octubre de 2013

Texto de la presentación de la Mtra. Yosahandi Navarrete Quan

Presentación del libro: Los Divinos entre los Humanos, Artificio Editores, México, 2013.
ENAH, 26 de septiembre de 2013. En el Marco del II Congreso Internacional de Antropología Social. Mtra. Yosahandi Navarrete Quan, UNAM.
 
 
Presentación del libro Los Divinos entre los humanos

Yosahandi Navarrete Quan

 

El libro Los Divinos entre los humanos que estamos presentando hoy nos adentra en el mundo de los santos en pueblos indígenas de México y Guatemala y la compleja relación que establecen con sus habitantes y su entorno.

            A partir de conceptos como religiosidad popular, sincretismo, entidades sagradas y paisajes rituales −ampliamente desarrollados por cada autor−, los ocho artículos que conforman este libro nos hablan del papel que juegan los santos o divinidades en la vida comunal y cotidiana de los pueblos indígenas.

La relación de los hombres con los santos, nos dice Gómez Arzápalo en la Introducción, permiten asumir la fragilidad humana gracias a las alianzas y contratos que se establecen entre ambos. De esta forma los pobladores pueden, hasta cierto punto, controlar el espacio que los circunda, y sobre todo, los elementos de la naturaleza de los que dependen. De ahí su relevancia, pues sólo así el hombre siente que puede determinar su destino, garantizar una buena cosecha, asegurar la supervivencia de la familia.

Los santos resuelven problemas reales, concretos, y serán valorados según su eficacia a la hora de hacerlo. Eficacia, nos dice Gómes Arzapalo, “que debe ser expedita en un mundo herido por la urgencia de la necesidad, que no puede esperar al advenimiento de un mañana ulterior a toda experiencia.” (Gómez: 12) Un mañana incierto que se debe domeñar de alguna forma, para lo que se requiere de una intervención certera e inmediata.

            Los artículos del libro se complementan armónicamente. Explican cómo los pueblos indígenas coloniales fueron apropiándose creativamente de ciertos elementos cristianos, resignificándolos y asociándolos con sus antiguas creencias ancestrales, no por mera sustitución sino por medio de un largo proceso activo de selección y refuncionalización, dependiendo de los requerimientos específicos de cada comunidad, como se nos dice en la Introducción.

Este proceso nos permite comprender la importancia que tienen los santos en la actualidad. La manera de concebirlos y de honrarlos. Y muestra en la praxis una resistencia a abandonar drásticamente las creencias ancestrales. Hay que mencionar también que esta forma de apropiación y de asignar nuevos valores continúa, adaptándose a requerimientos y problemáticas actuales que las comunidades enfrentan.

            En el artículo “Dioses santos fundadores de pueblos y de cultos” la autora, Ana María Velasco, nos habla de la identificación que existe entre las divinidades, como los espíritus guardianes, los naguales, los fundadores, protectores y santos, con los espacios donde ejercen su influencia, la cual está determinada, en muchos casos, desde el momento de la aparición del santo en el lugar donde se le rinde culto.

Las divinidades no pueden, ciertamente, aparecer en cualquier lugar. El espacio donde se establece una divinidad muestra determinados signos o marcas que lo unen a una sacralidad en particular, y cuyas raíces se encuentran en el pasado. Son, nos dice la autora, lugares disímiles, pero altamente valorados debido a su sacralidad o delicadeza, que además constituyen importantes elementos del paisaje: una montaña, una cueva, el manantial que hay en ella, un río…. Por otra parte, los espacios son la presencia geográfica de la divinidad en sí misma. Es el caso de los cerros a los que hay que adorar y solicitar favores.

Y serán los santos quienes, en última instancia, elijan el lugar dónde deseen permanecer, dónde quieren que se les construya un templo, recibir su culto. Y una vez establecida en una comunidad, el pueblo comienza a construir una relación especial con la imagen. Ana María Velasco destaca entonces una característica que se señala a lo largo de todo el libro: la humanización de los santos.

Lejos de ser meras representaciones de los santos católicos, las imágenes de madera, de yeso, son las divinidades mismas, vivas, con poder de decisión, con gustos propios y preferencias. Y como cualquier humano, entablan relaciones de parentesco y de amistad con los santos vecinos, apartándose así del canon católico ortodoxo, en el que los santos son más bien ejemplos de moralidad y de códigos de conducta, capaces de brindar eventualmente algunos milagros. Los milagros, en este caso, se producen día a día, al garantizar la continuidad de los ciclos agrícolas, la producción de granos, la comida en la mesa.

            Los santos, en este contexto, se mueven en el ámbito de lo cotidiano, del diario vivir. Resuelven problemas, ayudan a traer las lluvias, cuidan las cosechas, protegen a los habitantes del pueblo y, en casos extremos, hasta interceden en momentos álgidos de la historia de la comunidad. Es el caso de la Virgen de la Candelaria en Patzité, Guatemala, cuando, durante el cruento conflicto armado que se vivió en el país durante tres décadas, se manifestó ante los soldados que se habían instalado en el pueblo como una medida de represión, y los conminó a que salieran de ahí pues ese, señaló, “no era su lugar”. Y lo más importante de todo: no quería que siguieran “matando a sus hijos”. Madre amparadora, logró que los soldados abandonaran el pueblo, dejando a la comunidad en paz, como nos narra Alba Patricia Hernández Soc en su artículo “Entre vírgenes y santas”.

Este ejemplo muestra que los santos tienen una injerencia determinante en el devenir de las sociedades indígenas actuales. Y cuando no cumplen con su trabajo el pueblo les reclama en forma de castigo, ya sea bañándolos o apartándolos de sus templos, evidenciando así una relación de reciprocidad entre la imagen sacralizada y la comunidad a la que pertenecen.

Otro aspecto que llamó mi atención fue la forma en que las entidades católicas, sumamente arraigadas en el imaginario popular, como es el caso de la Virgen de Guadalupe o de San José, adquieren nuevos valores alrededor de los cuales se entretejen historias paralelas de vida, apegadas a las cosmovisiones particulares de cada comunidad. En el artículo de Félix Báez-Jorge, “Núcleos de identidad y espejos de alteridad”, tenemos un claro ejemplo de lo anterior. El autor cita un relato huichol que retoma de Robert M. Zingg.

La narración habla de la búsqueda que San José y la Virgen de Guadalupe emprendieron para hallar al Santo Cristo (quien le dio orden al “mundo de los mexicanos”), llegando hasta las márgenes del mar. En esa región estaban situados los “ranchos de los gachupines”, de los judíos, los turcos y los monos. Muchos de ellos “deseaban tener relaciones sexuales con la Virgen de Guadalupe debido a su gran belleza”. Mientras San José estaba ausente “esas razas violaron a la Virgen, atacándola por la fuerza. San José creyó que había sido infiel a sus votos de castidad”, por lo cual la repudió. Sin embargo, “el Padre Sol conocía perfectamente lo ocurrido. Le dio a la Virgen ropas nuevas y bonitas y ordenó que fuese elevada a su propia categoría”. Desconfiado y celoso, “San José perdió a la Virgen por haber sospechada que ella le fue infiel, cuando en realidad la habían forzado”. A pesar de todo lo acontecido, “San José le envió un ramillete de flores, que la Virgen halló mientras barría en el patio de la danza”. Ocultó flores entre sus ropas y éstas penetraron en su vientre, embarazándola”: Informado de lo sucedido, San José “regaló prendas de vestir a la madre y a su hijo además de ciento cincuenta dólares”. El niño “era huichol pero enmascarado de mexicano”. (Gómez: 30)

 

Como vemos en este relato, además de la evidente relación con el mito sobre el nacimiento de Hutzilopochtli, la figura de la Virgen adquiere una serie de características ajenas a la religión católica. Por ejemplo, la Virgen como mujer de carne y hueso capaz de convertirse en un objeto de deseo. Y la consumación de la violación como una demostración de la sexualidad explícita que puede ejercer. Llama la atención que la violación es externa al pueblo huichol. Son los gachupines, los judíos y los turcos quienes la ejecutan. La Virgen también puede ser repudiada. Y sólo la presencia del Padre Sol es capaz de resarcirla del agravio.

            Así, las divinidades adquieren nuevos valores en la tradición, en los relatos orales y en la relación cotidiana con sus comunidades, lo que se refleja también en la literatura latinoamericana actual, como es el caso de la guatemalteca, específicamente la que se centra en temáticas relacionadas con el mundo indígena.

            En la novela El tiempo principia en Xibablá, escrita en español por Luis de Lión, indígena kakchiquel secuestrado y asesinado en 1984, podemos identificar la falta de integración entre la Patrona y el pueblo, pues finalmente la Virgen no deja de ser parte de una religión impuesta, santa extranjera.

La trama gira alrededor del caos que se desata cuando la puta del pueblo ocupa el lugar de la Virgen de la Concepción. Esto sólo es posible porque la Virgen encarna el deseo de los varones del pueblo, por su cara blanca, su figura de criolla. El deseo es tal que al final Pascual, un personaje que había retornado de un largo periplo fuera del pueblo durante su paso por el ejército y las bandas de criminales, se hacer cargo del deseo de sus vecinos y se roba a la Virgen de la Iglesia, con el sólo propósito de poseerla. Cuando es descubierto los habitantes de la comunidad lo matan por tamaña herejía. Las mujeres se juntan para comentar el asunto, opinando algunas que mejor hubiera sido llevarlo a la cárcel o al manicomio, mientras que otras no están de acuerdo.

−¡Pero tratar de violar a la madre de Dios! Claro que era loco.

−Vos no entendés. Como no bajás de tu altar, como no te relacionás con nadie, no ves lo que hay en el corazón de los hombres de este pueblo. Allí no hay amor de hijos sino deseo, purititas ganas de cogerla.

−¿A la madre de Dios, a nuestra madre santísima? Persináte la boca.

−Es que ella no es nuestra madre. Ella es una mujer ladina cualquiera, pero puesta aquí para darnos carita, una ladina de pueblo, qué se entiende. La prueba está en que vienen de la ciudá y entran a la Iglesia y la ven como si nada. Claro, no es la Virgen de su Catedral, no es siquiera una putita de sus cantinas. En cambio, aquí todos se desviven por ella, le hacen grandes fiestas, la tienen como la Reina (…) ¿Sabes una cosa? Yo me he fijado en eso: en la ciudá los hombres de aquí buscan en las ladinas la cara de la Virgen, aquí buscan en la Virgen la cara de las ladinas.” (De Lion: 78)

 

Los símbolos ancestrales siguen presentes, pero en oposición a los símbolos ajenos. El pájaro piscoy, encargado de cantar las desgracias de la comunidad, se queda en silencio ante el secuestro de la Virgen.

Maldito piscoy, esta vez, sin embargo, a nadie le dijo nada. A nadie del pueblo le dio el aviso de que se iban a hueviar a la Virgen. Después todos se preguntaban por qué ese pájaro que siempre anda metido en esas cosas que se llaman malos agüeros se había hecho el baboso. Y no cabe duda de que lo sabía. Tenía que saberlo. (De Lion: 66)

 

            En la novela hay una oposición evidente entre ambas religiones, en sus referentes y valores.

 

Ahora yo digo que como es pájaro de indio no tenía por qué avisarles a los indios de lo que le iba a suceder a una ladina[1]. Pájaro fiel, pájaro del presentimiento (…) le importó poco que fuera la Virgen la que esa noche iba a ser secuestrada, violada y tirada en el suelo. No era a tu mujer ni a tu hija ni a tu hermana quienes les iba a pasar eso. (…) Pero sí hubo alguien que avisó… Pájaro de bronce, pájaro importado, pájaro católico, y además, amujerado, la campanona de la iglesia, esa misma noche del secuestro (…) por su misma cuenta dio el aviso somatando tres veces su badajo de una manera triste. Pero nadie entendió porqué. Pensaron que (…) había sido obra del viento. (De Lion: 67-68)

           

Los espacios sagrados también están presentes en la literatura guatemalteca, formando parte de la vida secreta de los pueblos, aquella que sólo puede transmitirse de generación en generación, lejos de la mirada de los otros, de los ladinos que se quedan al margen del mundo indígena.

Esto es palpable en la novela Antes de la luz, de Kristina Boman y Leticia Josefa Velázquez Zapeta, que ocurre en un pueblo maya kiché, cuando anciano y nieta acuden a honrar y a pedir a la divinidad por el bienestar común.

El anciano y la joven se encuentran solos en este lugar sagrado, ubicado entre montañas y altos pinos zarandeados por el aire. Al moverse, dejan caer agujas que suenan al tocar el suelo. Para la joven de quince años no existe sonido más hermoso que el de los pinos del Quiché. Desde ahí dominan todo el paisaje. A lo lejos, las siluetas de las cordilleras azuladas y brumosas, frente a ellas, una pared verde de pinos y abajo, las casas de Chalup, la comunidad del anciano. (…) El anciano está de pie frente a ella con los brazos alzados y las palmas de las manos vueltas hacia las llamas, murmurando letanías en kiché. Reza al Corazón del Cielo y al Corazón de la Tierra, al Gran Dios, al gran Ajaw, llama a los veinte nawales que dan nombre y energía a todos los días del año. La joven le escucha pedir por la paz, por el futuro de la tierra y por la gente del municipio de Santo Domingo Cotzal y sus veinte comunidades. (Boman: 13)

 

La permanencia del Popol Vuh y los dioses ancestrales es evidente en este fragmento; símbolos de identidad y resistencia durante el conflicto armado, que cobran renovada fuerza en la reconformación de los pueblos mayas que se produce al finalizar esta y que la literatura refleja.

En conclusión, el libro Los Divinos entre los humanos no sólo le da continuidad a las investigaciones de la Dra. Broda, aportando nuevos conocimientos que son útiles no sólo para la etnología o la antropología, sino a otras disciplinas como la literatura, posibilitando nuevas formas de interpretación y comprensión del mundo indígena actual. Hay que leerlo.

 

Referencias

·         Boman, Kristina y Leticia Josefa Velázquez Zapeta. Antes de la luz. Guatemala: Editorial Piedra Santa, 2010.

·         De Lion, Luis. El tiempo principia en Xibalbá. Guatemala: Magna Terra editores, 2003.

·         Gómez Arzápalo, Ramiro A. Los Divinos entre los humanos. México: Artificio editores, 2013.



[1] En Guatemala el ladino es quien no es indígena.

viernes, 4 de octubre de 2013

Texto de la presentación del Mtro. Alejandro Gabriel Emiliano Flores


Presentación en la Maestría de Pastoral Urbana
Universidad Católica Lumen Gentium
2 de octubre de 2013
Alejandro Gabriel Emiliano Flores
 
Imaginarios, vínculo y religiosidad.

A propósito de religiosidad popular. Presentación de libro “Los Divinos entre los humanos”

“Los Divinos entre los humanos”… el título de este libro me hace recordar una película de hace 17 años aproximadamente, un pasado reciente para mi memoria aunque, quizá para algunos de ustedes, sea un material muy lejano. Me refiero a “Santo Luzbel” de Miguel Sabido(1996). Una película en donde se muestran las cercanías cosmológicas y religiosas de dos culturas, la náhuatl y la española, pero que, debido a la diferencia de interpretación de elementos simbólicos constituyentes de sus imaginarios sociales, entran en un conflicto irreconciliable respecto a la trascendencia. Un tema sumamente provocador.

Y precisamente el título del libro también resulta provocador en dos sentidos:

El primero, ¿Los divinos? ¿Es posible hablar en plural refiriéndonos a personas ajenas a la Trinidad? Porque cuando se habla de aquellos que han sido considerados modelos de vida cristiana se les denomina “santos y santas” pero ¡no divinos!

El segundo, dentro de la doctrina cristiana se reconoce que la Iglesia está formada tanto por la Iglesia inmanente como la trascendente pero estas “realidades“no precisamente se tocan debido a cuestiones óntico-ontológicas. Cómo es pues que se pueda decir que “los divinos” están entre los humanos.

Esta doble provocación que enfrenta mi mente, también me hace recordar las palabras de Isidoro Berenstain(2007, 12) al referirse a los efectos de la educación que hemos recibido: “Quizá el más notorio o el más impactante es el esfuerzo por ocultar las inconsistencias y mostrar un universo terso y sin fallas. Con solo mencionarlas  surgen actitudes violentas, como si atacara un firme sostén de la subjetividad. Es que se recurre a la violencia para hacer aceptar un mundo sin inconsistencia.”

La respuesta violenta ante las inconsistencias de una cierta cosmovisión se debe a que la reproducción social del estos universos por parte de  grupos, colectivos o sujetos sociales específicos conlleva una gran carga emocional conformadora de un cierto núcleo simbólico que sustenta tanto la identidad social como la cohesión social de dichos grupos y que asegura su subsistencia. Por ello, lo que le importa al sujeto principalmente es creer en los imaginarios colectivos que se han reproducido en su misma persona y que él ha enriquecido mediante su actividad creativa al resignificarrealidades distintas a las tipificadas en los complejos comportamentales contenidos en esos imaginarios ahora sociales. Así que el individuo busca creer que “el mundo es sólido, que las verdades son redondas y por tanto universales”.(Berenstein 2007, 12)

Con todo, la condición situacional de nuestra vida cotidiana se enfrenta, de continuo y permanentemente, al conflicto de las inconsistencias en su universo debido, entre otras tantas cosas, a la modernidad y globalización. Motivos por los que ZygmuntBauman(2003) desarrolló su concepto de modernidad líquida y fragilidad humana, donde todo parece que se diluye, donde todo es reemplazable. Pero ¿por qué se nos escapa la realidad social y el sentido existencial dentro de esta vida cotidiana?

Francisco Castro (2008), hablando sobre Heidegger, dirá que se ha perdido el sentido de la relación con el ser y, ante esta ruptura, nos hemos quedado con relaciones cosificadas. En otras palabras, hemos perdido y olvidado nuestra capacidad de vinculación con aquél otro que es como yo y nuestra capacidad de apego a lo otro en cuanto útiles que muestran nuestras necesidades vitales. Sin embargo, “Lo que vincula a uno con otro declara la inconsistencia de lo individual, de lo identitario, y da a conocer otro panorama del mundo humano. Pero una vez entrevisto este mundo surcado de inconsistencias que abren a lo novedoso, no hay vuelta atrás. Las operaciones de conocer y de pensar se tornan más atractivas, más divertidas y tentadoras ante la eventualidad de descubrir otras posibilidades subjetivas. Éstas hacen retroceder la seducción de la repetición de conceptos, y hacen menos deseable el no pensar” (Berenstein 2007, 12-13)

Con todo esto ¿qué tiene que ver el título de “Los divinos entre los humanos” con la cuestión vinculatoria en un mundo líquido? Pues que la liquidez solo tiene sentido ante la propuesta consumista y desechable de una cultura global y, como si los opuestos se tocasen o fuese por dialéctica hegeliana, surge lo local con su solidez. La relación de los “santos”, reconocidos en la globalidad, no son patronos universales sino vecinos locales que objetivizan la identidad del grupo social al que pertenezco, me enraízan al entorno físico en que vivo, dan firmeza a mi vida mediante jerarquías claras y me permiten reconocimiento social debido a la movilidad social en que se fundan, evitando que me diluya en un mundo desbocado por los cambios tecnológicos.

Pero he aquí una de las inquietudes más ambiguas de la mentalidad de hoy, dirá Bruno Gelati: hacer coincidir sentido religioso y fe. Con esta coincidencia se presenta, en el pensamiento actual, una nueva forma de gnosis que pretende agotar el ámbito de la fe en lo religioso. Porque,aunque la fe sea, en su verdadera experiencia, respuesta a todo sentido religioso, sería impropio crear entre ellos una identidad. El sentido religioso expresa el nivel de la naturaleza última y pretender que la fe sea el éxito de una particular racionalización de este nivel natural equivaldría a una reducción de los dos respectivos ámbitos, homologados dentro de criterios no propios como, por ejemplo, los son el fideísmo racional o, al revés, el racionalismo de la fe.(2001, 37)

De este modo, el texto que nos presenta el Dr. Ramiro Gómez-Arzápalo, nos da acceso a esos mundos no hegemónicos con sus imaginarios concretados en comportamientos específicos que integranlo trascendente y lo inmanentede manera análoga al pueblo de Israel donde Jesús de Nazaret se desarrolló. Los textos dan cuenta de las síntesis cosmogónicas y cosmológicas en donde la presencia de Dios se hacía palpable la materialidad de la cultura para cada integrante de un pueblo, grupo o colectivo. Son investigaciones valiosas para aquellos que desee hallar la Semina Verbi bajo la única condición de no aventurar juicios de valor superfluos sobre la validez ritual o doctrinal de la relación de esta vida cotidiana de seres humanos pertenecientes a comunidades concretas con la trascendencia divina que se nos ha revelado en Jesucristo.

 

Mtro. Alejandro G. Emiliano F.

Tlalpan, D. F., a 2 de octubre de 2013

 



Trabajos citados


Bauman, Zygmunt. Modernidad líquida. México: Fondo de Cultura Económica, 2003.

Berenstein, Isidoro. Del ser al hacer. Curso sobre vincularidad. Buenos Aires: Paidós, 2007.

Castro Merrifield, Francisco. Habitar en la época técnica. Heidegger y su recepción contemporánea. México: Plaza y Valdéz, 2008.

Gelati, Bruno. «El factor religioso.» En Concepto y problema de Dios. Una reflexión filosófica, de Francisco Piñón G., Jesús Oscar Perea G., Verónica Correa M. y Elisa Mora L., 37-47. México: Plaza y Valdés, 2001.

Santo Luzbel. Dirigido por Miguel Sabido. Interpretado por Ignacio López Tarso, Rafael Cortés, Agustín Avilés y Carlos Pichardo. 1996.

 

 

 

martes, 1 de octubre de 2013

Texto de la presentación de la Dra. Alicia María Juárez Becerril


Por publicarse en Anales de Antropología, Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM.

 

 

Presentación del libro

LOS DIVINOS ENTRE LOS HUMANOS

Ramiro A. Gómez Arzapalo Dorantes (coord.)

27 septiembre 2013

Universidad Intercontinental

 

 

Alicia María Juárez Becerril

Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM

 

 

No es fortuito que el día de hoy, 27 de septiembre, a dos días de la celebración de San Miguel, se presente este libro. A San Miguel Arcángel se le considera protector y propiciador de las siembras y las buenas cosechas. En este sentido, podemos decir que San Miguel está amparando esta presentación para que sea bien vista por las divinidades. Y cómo no va a ser, si nos honra en nuestra portada del volumen que ahora tengo el gusto de comentar. Para que no se moleste, mencionaré unos cuantos datos acerca él:

El “Señor San Miguel” es quien ayuda al especialista ritual a mover las nubes hacia donde no causen perjuicio. Igualmente, lo auxilia al enfrentarse con una tormenta de granizo. En su día, especialistas meteorológicos de Xalatlaco, Estado de México van a Chalma a “entregar el arma” con la que han trabajado y luchado durante el temporal: “El arma es como si fuera un máuser, una escopeta, o como un chicote de arriar borregas. Ese día vamos a entregar y a agradecer que salimos con bien, nadie de nosotros salió fallo o lo chicoteó el rayo, obedeció la nube, no maltrató el granizo, la cola de agua…hay buena cosecha” (González, 1997: 334). La presencia de San Miguel es tan importante en este poblado, que cuando fallecía un ahuizote o especialista ritual, era vestido con el traje de este santo y le ponían una espada de cartón.

En la región morelense, San Miguel tiene una clara advocación de protector frente al diablo y a los malos aires. “Con sus poderes de guerrero es capaz de destruir los seres malhechores del temporal (granizo, culebras de agua, aires que atacan el cuerpo) los cuales destruye mediante un “rayo” benéfico que se desprende de sus espadas de fuego” (Paulo Maya, 1997: 278). Se dice que San Miguel con su espada, regresa al diablo al infierno y es motivo de celebración, junto con la cosecha lograda.

Dora Sierra hace un detallado estudio sobre San Miguel y la cosmovisión campesina, la autora retoma varios ejemplos etnográficos de diversos lugares, que sustentan el vínculo entre San Miguel y el ciclo agrícola: “Así como en la liturgia cristiana, San Miguel es quien comanda las huestes celestiales para defender el reino de Dios, en la cosmovisión campesina contemporánea del centro de México, su nueva misión es dirigir los trabajos de las huestes angelicales para beneficiar y proteger la siembra y la cosecha, patrimonio vital de los agricultores” (2007: 103).

Tanto en Guerrero como en Morelos (Maldonado, 2004), los muertos también están presentes en la celebración de San Miguel. De hecho, en muchos lugares campesinos del país, justo el 29 de septiembre, comienzan los primeros recibimientos, festejos y rituales hacia nuestros muertos. Ellos, junto con San Miguel, comparten los primeros elotes con la comunidad, producto del un ciclo agrícola que está por terminar. En este sentido, la fiesta de San Miguel también está relacionada con la maduración de la planta y los primeros elotes.

Hasta este punto, la presencia de san Miguel en nuestra portada, ha sido más que justificada. Nada es casualidad sino causalidad, ya que al igual que los primeros frutos, la maduración de este libro pasó por un ciclo, en este caso académico, con tiempos establecidos. El responsable e intermediario terrenal, es mi amigo y colega Ramiro Gómez Arzapalo.

Este volumen colectivo surge  del Simposio que organizó el Dr. Ramiro Gómez en la XXIX (vigésimo novena) Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, celebrada en las instalaciones de la Benemérita Universidad de Puebla. El eje central, a mi consideración va implícito en el título Los Divinos entre los humanos, partiendo pues, de una noción de divinidad alejada de la concepción cristiana. La divinidad encierra la noción de reciprocidad que circula entre las entidades sagradas y los humanos. Se trata pues de una red de relaciones que entretejen obligaciones y responsabilidades.

Ahora bien ¿quiénes son los divinos? ¿por qué están entre nosotros? ¿qué quieren?  Para responder a la primera respuesta, es necesario aclarar, que “existen varios y fascinantes disfraces de las divinidades”, como lo señalaría nuestro maestro Félix Báez-Jorge. En este libro, pasaron lista una gran cantidad de santos (San Nicolás, Dulce Nombre de Jesús, el Señor del Sacromonte, San Juan, San Lorenzo, El Cristo de las Tres caídas, San Ramitos, San Isidro Labrador, El Señor de las Misericordias, El Señor del Calvario, San Bernabé, por mencionar algunos); algunas vírgenes y santas (como la Virgen de la Candelaria, Santa Bárbara, Santa Elena de la Cruz y la Santa Cruz); así como varias entidades sagradas (los señores, los ahuaques, las potencias, los encantos, los muertos, los aires, la Madre Tierra, el Dueño del Monte).

Ahora bien ¿por qué están entre nosotros, los humanos? Porque se encuentran tangiblemente involucrados en las actividades humanas. Ellos, al igual que todos, cumplen una función dentro de las comunidades, lo que permite el equilibrio y la armonía de los pueblos. De ellos se espera un apoyo, en especial de la realidad material y los problemas concretos, en este sentido la salud, el temporal, la cosecha, la prosperidad material, entre otros, que son las necesidades primordiales a cubrir.

Cada divinidad ostenta especializaciones para un propósito específico y funciona para ciertas solicitudes, es decir cada una, según sus características, es la adecuada para un determinado fin. La relación con cada divinidad, variará según la lógica regional e incluso el paisaje así como, la devoción particular según su advocación. Cabe destacar que esta relación divinidades – comunidades, es totalmente horizontal, por lo que existen casos en que si el “trabajo” que realizan no es satisfactorio u oportuno, las divinidades son sancionadas, regañadas e incluso, si es posible,  ridiculizadas ante los ojos de todos.

Falta responder ¿qué quieren? Yo lo ligaría a una necesidad de ser convocados, solicitados. Pero esa necesidad no es un mero capricho. Se trata de lo que Good (2013) denomina como “circulación de fuerzas” entre todos los seres involucrados, terrenales y sagrados. Es decir, las divinidades y los seres humanos se encuentran en interdependencia. Los primeros de la acción humana, y los segundos necesitan de las entidades para que: crezca la milpa, haya un buen temporal, tener hijos sanos y trabajadores, tener trabajo, salud, etc. Una forma concreta de hacerlos presente es a través de la ofrenda. Con la disposición de ésta, se obtiene un beneficio simbólico o material de las divinidades. De esta manera, la actividad ritual y las ofrendas son estrategias para coordinar e incidir en la vida social. Muchas veces la disposición de ofrendas y depósitos rituales inciden en la eficacia de las divinidades. Ahora bien, no se trata de un trueque ni de un pacto, “es la acción de nutrir, la capacidad de generar y multiplicar...para generar el orden cosmológico, social, natural y el funcionamiento del mundo (Ibíd. p. 76), el cual es infinito. De esta forma, con las ofrendas “la intencional es más compleja, la acción es ejecutiva y se obtienen resultados al generar, crear y reafirmar  relaciones sociales” (Ibíd. p. 77) de mayor índole entre divinidades y humanos.

            La respuesta que he dado a las interrogantes anteriormente planteadas se engarzan bajo la propuesta conceptual de la religiosidad popular. Ésta se encuentra circunscrita a un contexto de ascendencia indígena, que identifica sistemas de creencias y prácticas en torno a lo sagrado, históricamente configuradas y estructuralmente condicionadas, construidas en condiciones mediadas por el dominio y la subalteridad (cfr. Báez-Jorge, 2012). De esta forma, cada comunidad, dependiendo su lógica cosmovisional, creará las estrategias para vincularse, relacionarse y pactar con sus divinidades. A continuación describiré brevemente, cada uno de los capítulos que conforman el presente libro y que versan en este tenor:

            Nos horna que el primer capítulo de este libro sea autoría de Félix Báez-Jorge, el cual lleva por título “Núcleos de identidad y espejos de alteridad. Hagiografías populares y cosmovisiones indígenas”. En este interesante capítulo, el autor aborda las hagiografías indígenas, en donde “el mundo es concebido gravitando en torno a los seres humanos”. Llaman la atención, sobresalientes expresiones del imaginario colectivo en torno a los santos y vírgenes. Las narraciones populares recopiladas por el autor, se han reelaborado de una manera continua, de esta forma es común escuchar que “San Mateo, San Francisco y san Dionisio peleen por un cerro; Santa Mónica padece en el infierno por maltratar personas; Santa Clara va cada año a la playa a visitar a su hermana, la sirena;” etc., etc. Estas hagiografías expresan identidad, los procesos de transformación cultural y las dinámicas al interior de los pueblos.

            El capítulo II está a cargo de Ramiro Gómez. Su trabajo se titula “Los santos, vecinos presentes, enigmáticos, pero confiables”. El autor nos deja ver que los santos no tienen distinción nominal, es decir, no son vistos bajo su papel de intermediarios entre Dios y los hombres, sino son parte integral de la comunidad, vistos de una manera horizontal. El santo como entidad divina en sí mismo, es un habitante del mundo, un vecino del hombre, pero con cualidades y potencialidades diferentes, pero al fin y al cabo una entidad personal con la que se puede pactar, con quien se puede hablar y a la que se le puede convencer de que otorgue algo que el hombre por sí sólo o no podría o le costaría mucho tiempo alcanzar.  De esta forma, no es raro que San Francisco, San Bartolomé Apóstol, San Agustín y San Juan Bautista se sienten alrededor de la Virgen de la Asunción para sólo ellos, sin ningún habitante del pueblo, “oigan misa” y que esto sea motivo de disgusto del sacerdote.

            Ana María Velasco analiza en el capítulo III a los “Dioses y santos fundadores de pueblos y cultos”. El capítulo se centra en la importancia de los lugares, altamente valorados debido a su sacralidad en donde tuvieron presencia las divinidades. El simbolismo del lugar, por lo general, entornos naturales, son espacios en donde los cristos, vírgenes e imágenes de santos tienen revelaciones, encuentros o apariciones prodigiosas. Ellos tienen voluntad, pues a veces se rehúsan a permanecer en determinado lugar y piden ser reubicados obligando a sus fieles respetar el sitio escogido, para esto, muchas veces las imágenes se “ponen pesadas” para no ser trasladadas, o realmente ligeras para su fácil movilidad. Por su parte, los espacios se vuelven emblemáticos, sagrados y motivo de peregrinaje desde cualquier punto geográfico, de esta forma tienen cabida las hermandades, cofradías o mayordomías. El caso de la Virgen de Tonatico, la Virgen de Juquila entre otros casos de apariciones cristológicas en el centro de México, son objeto de análisis de este trabajo.

            “El camino de los santos entre los totonacos de la región misanteca” de Jorge Escamilla corresponde al capítulo IV. El trabajo detalla cómo fue la entrada de ciertas imágenes de santos y su particular intercesión divina entre grupos totonacos del centro de Veracruz. Un aspecto puntual fue la movilidad poblacional indígena con el fin de establecer nuevas congregaciones, de esta forma se fundaron hermandades de pueblos porteadores de imágenes peregrinas. El autor se centra en el estudio de San Juan Bautista, ícono principal de la penetración religiosa en el área central veracruzana e ícono fundacional de las poblaciones.

            El capítulo V a cargo de Alicia Juárez Becerril lleva por título “De santos y divinidades de la naturaleza. La interacción de los especialistas meteorológicos con las entidades sagradas”. En las comunidades campesinas de tradición mesoamericana, ciertas divinidades son recurrentes entre los tiemperos, los especialistas meteorológicos que piden la lluvia para lograr una buena cosecha. En este sentido, en el capítulo se analizan los santos, dueños, señores, ahuaques, potencias, los encantos, muertos, los niñitos y aires como entidades que apoyan las labores del campo. La autora los ubica en un nivel en donde las propias comunidades les otorgan el papel de propiciadores directos del agua, así como los causantes principales de los infortunios en torno al clima -exceso de lluvia, nubes negras, granizo, e incluso sequía-.

            El capítulo VI “El dueño del Monte: una manifestación de la religiosidad popular” de Adelina Suzan aborda la importancia de una entidad sagrada en el pueblo de Xicochimalco, Veracruz. Juan del Monte regula las riquezas naturales, representa el espacio silvestre, la montaña y la tierra, tiene un carácter dual, benéfico o perjudicial y habita en las áreas menos ocupadas por el hombre. Según testimonios recopilados por la autora, Juan del Monte “anda trayendo un calabazo, un hacha y un machete y un sombrero bien viejo y roto” y se le solicita ayuda para el desarrollo de actividades cotidianas como la recolección de plantas, madera o caza de animales; así como durante las fiestas patronales, en donde se le piden flores para el arco del atrio de la iglesia, entre otros aspectos. Esta divinidad vigente engarza una cosmovisión campesina que se expresa ante el desarrollo de la vida cotidiana. 

            María Elena Padrón nos presenta el capítulo VII titulado “¡Si el señor nos presta vida!¡Si el señor nos da licencia! Reciprocidad entre divinidades y humanos al suroeste de la Ciudad de México”. Esta investigación tiene lugar en San Bernabé Ocotepec, pueblo ubicado al suroeste del Distrito Federal en las elevaciones del la Sierra de las Cruces. Aquí San Bernabé y San José son las divinidades protectoras; la Santa Cruz y la Virgen de Guadalupe representan la fertilidad de la tierra; el Señor del Monte es el dueño de la tierra y de la lluvia; los cucuruchos o airecillos dominan los cerros, montes parajes, barrancas y los cruces de camino; y los elementos naturales son personificados. La autora deja claro que todos estos seres divinos no tienen distinción, además de que tienen sentimientos y emociones, autonomía y orientan el comportamiento social.

            El último capítulo lleva por título “Entre vírgenes y santas (Patzité y Santa Cruz del Quiché, Guatemala) de Alba Patricia Hernández Soc. En este estudio la Virgen de la Candelaria y Santa Elena de la Cruz, son las protagonistas. La primera es fundamental en la historia de la fundación del lugar. Se dice que apareció en un ojo de agua lavando su ropa y después de dos encuentros con los lugareños, pidió que le hicieran un lugar especial para poder estar. Hasta la fecha, la Virgen de la Candelaria entabla una comunicación cercana con los devotos y entre sus peticiones está en visitar a su hermana en el Departamento de Huehuetenango el 2 de febrero. Por su parte, a Santa Elena se le ofrece una danza con serpientes, evento relacionado con la fertilidad del maíz. Ella pareció en Gumarcajj, lugar ancestral en donde se asentaron los Quichés durante el posclásico. Con este trabajo, la autora enfatiza las prácticas religiosas de los pueblos en donde las plegarias y relaciones con estas divinidades femeninas, rebasan el espacio piadoso-devocional.

Para finalizar, el volumen cuenta con un prólogo de Johanna Broda y un Epílogo de Félix Báez-Jorge, maestros extraordinarios con vasta trayectoria académica que nos han legado una secuencia de estudios que abordan la complejidad de los fenómenos implícitos en la cosmovisión y la religión popular.

Esta obra colectiva es pionera en los estudios de la dinámica cultural interna de las comunidades con respecto a la reformulación de sus divinidades. Es un texto de gran interés, de lectura obligada y de aportes antropológicos significativos a los estudios de la religión popular campesina en nuestro país. Felicidades a Ramiro Gómez y a todos aquéllos que lo hicieron -hicimos- posible.

 


             

 

 

Texto de la presentación del Dr. Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes


Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes
PRESENTACIÓN DEL LIBRO:
Los Divinos entre los Humanos, Artifcio Editores, México, 2013.
 
En las comunidades de ascendencia indígena en México, el papel que se considera que juegan los santos en la vida social, es algo digno de ser considerado desde la antropología, respetando la interpretación autóctona que, en las diferentes variantes locales, preserva un rico bagaje cultural e histórico que ha sido tradicionalmente despreciado tanto por la historia oficial del estado, como por la parte hegemónica eclesiástica. Estos entes numinosos son considerados como personajes vivos y presentes en los pueblos, como entidades sagradas, que si bien nominal e iconográficamente proceden de la religión católica, desde la observación etnográfica se evidencia una concepción de lo divino culturalmente diferente a la tradición cristiana “occidental”.

La divinidad se integra –en estos contextos culturales indígenas- a una red de intercambio y reciprocidad entre lo natural, lo humano y lo divino, a imagen y semejanza de las existentes en la sociedad humana. Los santos, así, se convierten en personajes divinos encarnados en sus cuerpos de madera, pasta o resina, con voluntad propia y poderes específicos que legitiman –mediante sus apariciones milagrosas, presencia, parentescos y decisiones- la identidad, el territorio y las relaciones interpueblerinas de una región.

 Así pues, en este libro se presentan algunos datos de campo en relación al uso de las imágenes de los santos en medio de la vida cotidiana, datos provenientes de la experiencia propia de cada uno de los autores involucrados. Como personajes numinosos, los santos son considerados –dentro de las celebraciones rituales- como personas vivas más que como imágenes innertes, con todas las características propias que esto implica, tales como una voluntad individualizada, un ámbito específico de funciones en medio del entorno natural y social, parentescos con otros santos y pertenencia territorial a un pueblo en específico. A partir de esto, el problema que se plantea a lo largo de las páginas de este libro, refiere constantemente a la pregunta acerca de cómo interpretaron estos pueblos campesinos de ascendencia indígena, desde su cosmovisión, las imágenes religiosas cristianas insertadas en su espacio cultural, y a partir de su propia perspectiva interpretativa de lo divino y su relación con lo humano, ¿qué roles le fueron asignados a las imágenes religiosas cristianas dentro de la vida del pueblo?

A lo largo de las páginas de este volumen colectivo, se insiste y enfatiza que–a partir de la observación etnográfica- se evidencia que las imágenes de los santos en las comunidades campesinas de origen indígena fueron reinterpretadas de acuerdo a la cosmovisión propia de los pueblos donde se implantaron, alejándose considerablemente de la explicación piadosa del clero para ser adoptados como entidades sagradas cuyas funciones específicas corresponden a las necesidades históricas concretas de los hombres que les rinden culto, incorporándose con otras personalidades de carácter igualmente divino que definitivamente no provienen de la explicación cristiana, sino que corresponden a una concepción mesoamericana.

El sincretismo resultante reúne en una nueva vivencia cultural y religiosa las procedencias, tanto de uno como de otro lado. Desde esta lógica, el espacio del mundo, se convierte en una vecindad de los humanos, la naturaleza, y los divinos, en la cual, todos interactúan, cada quien aportando lo que debe desde sus posibilidades ontológicas, donde destaca la participación humana en el ritual que –desde estos contextos- integra el orden social, político y económico del pueblo con la naturaleza y la divinidad, una relación de la que todos salen beneficiados, pues comparten este mismo mundo.

            No se trata de reducir el problema a una concepción casi ingenua donde se considere que los antiguos dioses indígenas se transformaron de manera mecánica, invariable y total en los santos católicos. Fue un proceso muy complejo, donde hubo mecanismos de imposición, es cierto, pero a la par –por parte de los indígenas sometidos- hubo también estrategias y procesos de reformulación y reelaboración simbólica que implicaron discriminación y selección de los elementos impuestos, con miras a una consecución de las tradiciones autóctonas –hasta donde fuera posible- al menos lograr una versión de lo impuesto acorde al proceso histórico vivido y significativo desde el horizonte cultural indígena. Esto se logró en diferentes niveles, dependiendo en buena medida de la presencia, fuerza e intensidad de los mecanismos de imposición, pero también –y de manera determinante- de las formas como los indígenas reinterpretaron el cuerpo doctrinal que se les impuso. Ese proceso no terminó en el s. XVI, sino que continuó a lo largo de las diferentes fases históricas y continúa hasta la fecha. De eso es de lo que dan cuenta los textos aquí reunidos. Este volumen colectivo, pues, pretende reflexionar en torno a esta característica de la dinámica cultural interna de estos pueblos partiendo de la reformulación de los Santos como personajes numinosos integrados al repertorio de entes divinos autóctonos, es una aproximación a una realidad social donde –en palabras de Luis Millones:-  “se descubre, a la lejanía, la oscurecida presencia del cristianismo, detrás de las muchas capas de un mestizaje que no concluye”. (Millones 2010: 54)

Alessandro Lupo nos recuerda que es muy pertinente recordar que:

 

La categoría de “religión” –ligada como está al legado cultural europeo- ha tenido desde los primeros contactos con las Américas en el s. XV un papel de absoluta centralidad en la representación de los pueblos del Nuevo Mundo, en la definición de su estatus dentro del régimen colonial, en la justificación de la hegemonía que les impusieron los conquistadores y que sus descendientes han mantenido en las formas más diversas por cinco siglos, hasta la caracterización de las identidades étnicas en el mundo actual. […]

Se trata, como es evidente, de una representación retórica y etnocéntrica, fuertemente estereotipada, además de hegemónica, de la identidad y la religiosidad de los nativos de las Américas, sobre la cual ciertamente será útil interrogarse en términos analíticos, y que fácilmente queda subvertida por la observación directa de las muy diversas realidades etnográficas presentes en el continente, que en las últimas décadas han sufrido transformaciones considerables y que justamente en el ámbito convencionalmente definido como “religioso” presentan fenómenos de extraordinario interés antropológico. (Lupo 2010)

 

 

En este mismo sentido, Félix Báez señala que:

Estudiar la religión popular equivale a explicar las mediaciones simbólicas e ideológicas que denotan las relaciones hegemónicas y contrahegemónicas entre la autoridad eclesiástica y las comunidades de creyentes, finalmente, un aspecto de la práctica del poder. El enfoque histórico que, necesariamente, debe conducir estas pesquisas es contrario a las ópticas que privilegian el análisis sincrónico o funcional. Subraya las relaciones entre los sujetos y la sociedad en situaciones concretas, contextuadas en la dialéctica de la “acción recíproca” que se expresa en procesos. Desde esta ventana analítica el concepto de religión popular identifica imágenes del mundo, es decir, sistemas de prácticas y creencias en torno a lo sagrado, históricamente configurados y estructuralmente condicionados, construidos en condiciones signadas por el dominio y la subalternidad. (Báez-Jorge 2011: 265).

 

Y páginas más adelante concluye señalando:

A lo largo de este ensayo he procurado situarme en una perspectiva desde la cual observo a la religión oficial y a la religión popular como fuerzas sociales y entidades simbólicas que (aunque sus manifestaciones puedan ser polares) en condiciones particulares llegan a expresarse de manera concertada. Erróneo sería reducir una a la otra, e igualmente equivocado sería examinarlas de manera aislada (Báez-Jorge 2011: 289).

 

Es evidente que en la interacción de ambos sectores sociales, se generan los mecanismos propios de las dinámicas de la religión popular, que son una ventana privilegiada para asomarnos al complejo entramado social que subyace en estas expresiones religiosas interactuantes dialécticamente, como también ha apuntado pertinentemente Broda:

 

Para estudiar los procesos históricos de larga duración hace falta usar conceptos amplios que engloben a las comunidades indígenas como parte de la sociedad mexicana en su totalidad. El estudio de la religión con un enfoque antropológico holístico representa el desafío de rastrear no sólo el ámbito religioso sino también los procesos socio-económicos y políticos que determinaron el desarrollo de la sociedad de la Nueva España y el proceso post-colonial. El concepto de religiosidad popular, definido a partir de Gramsci, Giménez, Maldonado, Báez-Jorge y otros autores, permite vincular estos diferentes ámbitos sociales y políticos, ya que se construye a partir de los poderes hegemónicos del Estado y de la Iglesia. (Broda 2009: 8).

 
Concluyo esta presentación enfatizando que en las comunidades rurales de ascendencia indígena en México, los Santos suelen ser considerados como entidades vivas, presentes físicamente en los pueblos a través de sus cuerpos de madera o resina. Como entes personales, tienen amistades, enemistades, gustos y parentescos, todos operantes con una voluntad propia. Para comprender la lógica cultural interna de estos pueblos que integran la actividad humana, la divina y la de los entes naturales en su ser y quehacer cotidianos, es necesario considerar y profundizar en los procesos histórico-culturales locales de resignificación de los Santos como personajes numinosos integrados al repertorio de entes divinos autóctonos. En este asunto de los santos –en estos contextos sociales- se juega la concepción misma de lo divino en estos grupos culturales, una concepción No-Occidental de cuño mesoamericano. Uno de los ejes centrales que se deja ver en las distintas reflexiones aquí vertidas, es que –entre las muy diversas formas que las manifestaciones religiosas populares asumen- el uso de las imágenes entre los pueblos campesinos de origen indígena, merece mención aparte. La imagen, completamente incorporada a la vida social del pueblo, es asumida como personaje partícipe del devenir comunitario. Dichas imágenes, pertenecientes al orden de lo sagrado, totalmente integradas en el orden de lo humano y con poderes específicos en el orden natural, parecieran integrar en sí mismas -así como en los complejos rituales y organización social en derredor de ellas- una clave para entender la forma de convivencia tan peculiar entre esos tres órdenes de la realidad, desde los horizontes propios de las culturas indígenas.

Solamente me resta recordar que quienes participamos en esta conjunción de textos, partimos de las propuestas presentadas en el 2010 en la XXIX reunión de Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, celebrada en las instalaciones de la BUAP. El simposio que nos congregó en aquella ocasión se tituló: Los divinos entre los humanos: los santos en contextos religiosos sincréticos en comunidades campesinas de origen indígena. Así pues, el título del presente libro, alude a aquél encuentro donde quienes participamos expusimos las ideas centrales que aquí se presentan, y la disposición en la secuencia de los textos respeta el orden de exposición al cual nos sujetamos en aquella ocasión.


Además, quiero asentar claramente, que quienes participamos en el presente volumen, hemos sido formados por la Dra. Johanna Broda y hemos sido partícipes en algún momento del Seminario de Organización Social y Cosmovisiones Prehispánicas que ella dirige en el Posgrado de Historia y Etnohistoria de la ENAH, lugar donde en años recientes han cobrado fuerza las discusiones acerca de la religiosidad popular de corte indígena y las posibilidades de análisis y teorías acerca de estos fenómenos.

Por último, reitero mi más profundo agradecimiento a todos los colegas  que participaron con los trabajos que conforman este volumen, aportando desde sus ámbitos de investigación específica la riqueza que aquí se conjunta en este incesante camino de descubrimientos constantes e inagotable discusión teórica.

 

Referencias bibliográficas

Broda, Johanna

2009 “Religiosidad popular y cosmovisiones indígenas en la historia de México”, en Johanna Broda (Coord.), Religiosidad popular y cosmovisiones indígenas en la historia de México, México, ENAH, pp. 7-19.

 

Báez-Jorge, Félix

2011, Debates en torno a lo sagrado. Religión popular y hegemonía clerical en el México indígena, Universidad Veracruzana, Xalapa.

 

Lupo, Alessandro

2010 “Epílogo”, en Félix Báez Jorge y Alessandro Lupo (Coords.), San Juan Diego y La Pachamama. Xalapa, Editora de Gobierno del Estado de Veracruz: .

 

Millones, Luis

2010 “Viaje al infierno: el dogma cristiano en las orillas del Pacífico Andino”, en Félix Báez Jorge y Alessandro Lupo (Coords.), San Juan Diego y La Pachamama. Xalapa, Editora de Gobierno del Estado de Veracruz: 19-58.