Por publicarse en Anales de Antropología, Instituto de
Investigaciones Antropológicas, UNAM.
Presentación del libro
LOS DIVINOS ENTRE LOS HUMANOS
Ramiro
A. Gómez Arzapalo Dorantes (coord.)
27 septiembre
2013
Universidad Intercontinental
Universidad Intercontinental
Alicia María Juárez Becerril
Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM
No es fortuito que el día de hoy, 27 de
septiembre, a dos días de la celebración de San Miguel, se presente este libro.
A San Miguel Arcángel se le considera protector y
propiciador de las siembras y las buenas cosechas. En este sentido, podemos
decir que San Miguel está amparando esta presentación para que sea bien vista
por las divinidades. Y cómo no va a ser, si nos honra en nuestra portada del
volumen que ahora tengo el gusto de comentar. Para que no se moleste, mencionaré
unos cuantos datos acerca él:
El “Señor San Miguel” es quien ayuda al especialista ritual
a mover las nubes hacia donde no causen perjuicio. Igualmente, lo auxilia al
enfrentarse con una tormenta de granizo. En su día, especialistas
meteorológicos de Xalatlaco, Estado de México van a Chalma a “entregar el arma”
con la que han trabajado y luchado durante el temporal: “El arma es como si
fuera un máuser, una escopeta, o como un chicote de arriar borregas. Ese día
vamos a entregar y a agradecer que salimos con bien, nadie de nosotros salió
fallo o lo chicoteó el rayo, obedeció la nube, no maltrató el granizo, la cola
de agua…hay buena cosecha” (González, 1997: 334). La presencia de San Miguel es
tan importante en este poblado, que cuando fallecía un ahuizote o especialista
ritual, era vestido con el traje de este santo y le ponían una espada de cartón.
En la región morelense, San Miguel tiene una clara
advocación de protector frente al diablo y a los malos aires. “Con sus poderes
de guerrero es capaz de destruir los seres malhechores del temporal (granizo,
culebras de agua, aires que atacan el cuerpo) los cuales destruye mediante un
“rayo” benéfico que se desprende de sus espadas de fuego” (Paulo Maya, 1997:
278). Se dice que San Miguel con su espada, regresa al diablo al infierno y es
motivo de celebración, junto con la cosecha lograda.
Dora Sierra hace un detallado estudio sobre San Miguel y la
cosmovisión campesina, la autora retoma varios ejemplos etnográficos de
diversos lugares, que sustentan el vínculo entre San Miguel y el ciclo
agrícola: “Así como en la liturgia cristiana, San Miguel es quien comanda las
huestes celestiales para defender el reino de Dios, en la cosmovisión campesina
contemporánea del centro de México, su nueva misión es dirigir los trabajos de
las huestes angelicales para beneficiar y proteger la siembra y la cosecha,
patrimonio vital de los agricultores” (2007: 103).
Tanto en Guerrero como en Morelos (Maldonado, 2004), los
muertos también están presentes en la celebración de San Miguel. De hecho, en
muchos lugares campesinos del país, justo el 29 de septiembre, comienzan los
primeros recibimientos, festejos y rituales hacia nuestros muertos. Ellos,
junto con San Miguel, comparten los primeros elotes con la comunidad, producto
del un ciclo agrícola que está por terminar. En este sentido, la fiesta de San
Miguel también está relacionada con la maduración de la planta y los primeros
elotes.
Hasta este punto, la presencia de san Miguel en nuestra
portada, ha sido más que justificada. Nada es casualidad sino causalidad, ya
que al igual que los primeros frutos, la maduración de este libro pasó por un
ciclo, en este caso académico, con tiempos establecidos. El responsable e
intermediario terrenal, es mi amigo y colega Ramiro Gómez Arzapalo.
Este volumen colectivo surge del Simposio que organizó el Dr. Ramiro Gómez
en la XXIX (vigésimo novena) Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de
Antropología, celebrada en las instalaciones de la Benemérita Universidad de
Puebla. El eje central, a mi consideración va implícito en el título Los Divinos entre los humanos, partiendo
pues, de una noción de divinidad alejada de la concepción cristiana. La divinidad encierra
la noción de reciprocidad que circula entre las entidades sagradas y los humanos.
Se trata pues de una red de relaciones que entretejen obligaciones y
responsabilidades.
Ahora bien ¿quiénes
son los divinos? ¿por qué están entre nosotros? ¿qué quieren? Para responder a la primera respuesta, es
necesario aclarar, que “existen varios y fascinantes
disfraces de
las divinidades”, como lo señalaría nuestro maestro Félix Báez-Jorge. En este libro,
pasaron lista una gran cantidad de santos (San Nicolás, Dulce Nombre de Jesús,
el Señor del Sacromonte, San Juan, San Lorenzo, El Cristo de las Tres caídas,
San Ramitos, San Isidro Labrador, El Señor de las Misericordias, El Señor del
Calvario, San Bernabé, por mencionar algunos); algunas vírgenes y santas (como
la Virgen de la Candelaria, Santa Bárbara, Santa Elena de la Cruz y la Santa
Cruz); así como varias entidades sagradas (los señores,
los ahuaques, las potencias, los encantos, los muertos, los aires, la Madre Tierra, el Dueño del Monte).
Ahora bien ¿por qué
están entre nosotros, los humanos? Porque se encuentran tangiblemente
involucrados en las actividades humanas. Ellos, al igual que todos, cumplen una
función dentro de las comunidades, lo que permite el equilibrio y la armonía de
los pueblos. De ellos se espera un apoyo, en especial de la realidad material y los problemas concretos, en
este sentido la salud, el temporal, la cosecha, la prosperidad material, entre
otros, que son las necesidades primordiales a cubrir.
Cada divinidad ostenta especializaciones para un propósito
específico y funciona para ciertas solicitudes, es decir cada una, según sus
características, es la adecuada para un determinado fin. La relación con cada
divinidad, variará según la lógica regional e incluso el paisaje así como, la
devoción particular según su advocación. Cabe destacar que esta relación
divinidades – comunidades, es totalmente horizontal, por lo que existen casos
en que si el “trabajo” que realizan no es satisfactorio u oportuno, las
divinidades son sancionadas, regañadas e incluso, si es posible, ridiculizadas ante los ojos de todos.
Falta responder ¿qué quieren? Yo lo ligaría a una necesidad
de ser convocados, solicitados. Pero esa necesidad no es un mero capricho. Se
trata de lo que Good (2013) denomina como “circulación de fuerzas” entre todos
los seres involucrados, terrenales y sagrados. Es decir, las divinidades y los
seres humanos se encuentran en interdependencia. Los primeros de la acción
humana, y los segundos necesitan de las entidades para que: crezca la milpa,
haya un buen temporal, tener hijos sanos y trabajadores, tener trabajo, salud,
etc. Una forma concreta de hacerlos presente es a través de la ofrenda. Con la
disposición de ésta, se obtiene un beneficio simbólico o material de las
divinidades. De esta manera, la actividad ritual y las ofrendas son estrategias
para coordinar e incidir en la vida social. Muchas veces la disposición de
ofrendas y depósitos rituales inciden en la eficacia de las divinidades. Ahora bien,
no se trata de un trueque ni de un pacto, “es la acción de nutrir, la capacidad
de generar y multiplicar...para generar el orden cosmológico, social, natural y
el funcionamiento del mundo (Ibíd. p. 76), el cual es infinito. De esta forma,
con las ofrendas “la intencional es más compleja, la acción es ejecutiva y se
obtienen resultados al generar, crear y reafirmar relaciones sociales” (Ibíd. p. 77) de mayor
índole entre divinidades y humanos.
La respuesta que he dado a las interrogantes
anteriormente planteadas se engarzan bajo la propuesta conceptual de la religiosidad popular. Ésta se encuentra circunscrita a un contexto de
ascendencia indígena, que identifica sistemas de creencias y prácticas en torno
a lo sagrado, históricamente configuradas y estructuralmente condicionadas,
construidas en condiciones mediadas por el dominio y la subalteridad (cfr.
Báez-Jorge, 2012). De esta forma, cada comunidad, dependiendo su lógica
cosmovisional, creará las estrategias para vincularse, relacionarse y pactar
con sus divinidades. A continuación describiré brevemente,
cada uno de los capítulos que conforman el presente libro y que versan en este
tenor:
Nos horna que el primer capítulo de
este libro sea autoría de Félix Báez-Jorge, el cual lleva por título “Núcleos
de identidad y espejos de alteridad. Hagiografías populares y cosmovisiones indígenas”.
En este interesante capítulo, el autor aborda las hagiografías indígenas, en
donde “el mundo es concebido gravitando en torno a los seres humanos”. Llaman
la atención, sobresalientes expresiones del imaginario colectivo en torno a los
santos y vírgenes. Las narraciones populares recopiladas por el autor, se han
reelaborado de una manera continua, de esta forma es común escuchar que “San
Mateo, San Francisco y san Dionisio peleen por un cerro; Santa Mónica padece en
el infierno por maltratar personas; Santa Clara va cada año a la playa a
visitar a su hermana, la sirena;” etc., etc. Estas hagiografías expresan
identidad, los procesos de transformación cultural y las dinámicas al interior
de los pueblos.
El capítulo II está a cargo de
Ramiro Gómez. Su trabajo se titula “Los santos, vecinos presentes, enigmáticos,
pero confiables”. El autor nos deja ver que los santos no tienen distinción nominal,
es decir, no son vistos bajo su papel de intermediarios entre Dios y los
hombres, sino son parte integral de la comunidad, vistos de una manera
horizontal. El santo como entidad divina en sí mismo, es un habitante del
mundo, un vecino del hombre, pero con cualidades y potencialidades diferentes,
pero al fin y al cabo una entidad personal con la que se puede pactar, con
quien se puede hablar y a la que se le puede convencer de que otorgue algo que
el hombre por sí sólo o no podría o le costaría mucho tiempo alcanzar. De esta forma, no es raro que San Francisco,
San Bartolomé Apóstol, San Agustín y San Juan Bautista se sienten alrededor de
la Virgen de la Asunción para sólo ellos, sin ningún habitante del pueblo, “oigan
misa” y que esto sea motivo de disgusto del sacerdote.
Ana
María Velasco analiza en el capítulo III a los “Dioses y santos fundadores de
pueblos y cultos”. El capítulo se centra en la importancia de los lugares,
altamente valorados debido a su sacralidad en donde tuvieron presencia las
divinidades. El simbolismo del lugar, por lo general, entornos naturales, son
espacios en donde los cristos, vírgenes e imágenes de santos tienen
revelaciones, encuentros o apariciones prodigiosas. Ellos tienen voluntad, pues
a veces se rehúsan a permanecer en determinado lugar y piden ser reubicados
obligando a sus fieles respetar el sitio escogido, para esto, muchas veces las
imágenes se “ponen pesadas” para no ser trasladadas, o realmente ligeras para
su fácil movilidad. Por su parte, los espacios se vuelven emblemáticos,
sagrados y motivo de peregrinaje desde cualquier punto geográfico, de esta
forma tienen cabida las hermandades, cofradías o mayordomías. El caso de la
Virgen de Tonatico, la Virgen de Juquila entre otros casos de apariciones
cristológicas en el centro de México, son objeto de análisis de este trabajo.
“El
camino de los santos entre los totonacos de la región misanteca” de Jorge
Escamilla corresponde al capítulo IV. El trabajo detalla cómo fue la entrada de
ciertas imágenes de santos y su particular intercesión divina entre grupos
totonacos del centro de Veracruz. Un aspecto puntual fue la movilidad
poblacional indígena con el fin de establecer nuevas congregaciones, de esta
forma se fundaron hermandades de pueblos porteadores de imágenes peregrinas. El
autor se centra en el estudio de San Juan Bautista, ícono principal de la
penetración religiosa en el área central veracruzana e ícono fundacional de las
poblaciones.
El
capítulo V a cargo de Alicia Juárez Becerril lleva por título “De santos y
divinidades de la naturaleza. La interacción de los especialistas
meteorológicos con las entidades sagradas”. En las
comunidades campesinas de tradición mesoamericana, ciertas divinidades son
recurrentes entre los tiemperos, los especialistas meteorológicos que piden la
lluvia para lograr una buena cosecha. En este sentido, en el capítulo se
analizan los santos, dueños, señores, ahuaques, potencias, los encantos,
muertos, los niñitos y aires como entidades que apoyan las labores del campo.
La autora los ubica en un nivel en donde las propias comunidades les otorgan el
papel de propiciadores directos del agua, así como los causantes principales de
los infortunios en torno al clima -exceso de lluvia, nubes negras, granizo, e
incluso sequía-.
El capítulo VI “El dueño del Monte:
una manifestación de la religiosidad popular” de Adelina Suzan aborda la
importancia de una entidad sagrada en el pueblo de Xicochimalco, Veracruz. Juan
del Monte regula las riquezas naturales, representa el espacio silvestre, la
montaña y la tierra, tiene un carácter dual, benéfico o perjudicial y habita en
las áreas menos ocupadas por el hombre. Según testimonios recopilados por la
autora, Juan del Monte “anda trayendo un calabazo, un hacha y un machete y un
sombrero bien viejo y roto” y se le solicita ayuda para el desarrollo de
actividades cotidianas como la recolección de plantas, madera o caza de
animales; así como durante las fiestas patronales, en donde se le piden flores
para el arco del atrio de la iglesia, entre otros aspectos. Esta divinidad
vigente engarza una cosmovisión campesina que se expresa ante el desarrollo de
la vida cotidiana.
María Elena Padrón nos presenta el
capítulo VII titulado “¡Si el señor nos presta vida!¡Si el señor nos da
licencia! Reciprocidad entre divinidades y humanos al suroeste de la Ciudad de
México”. Esta investigación tiene lugar en San Bernabé Ocotepec, pueblo ubicado
al suroeste del Distrito Federal en las elevaciones del la Sierra de las
Cruces. Aquí San Bernabé y San José son las divinidades protectoras; la Santa
Cruz y la Virgen de Guadalupe representan la fertilidad de la tierra; el Señor
del Monte es el dueño de la tierra y de la lluvia; los cucuruchos o airecillos
dominan los cerros, montes parajes, barrancas y los cruces de camino; y los
elementos naturales son personificados. La autora deja claro que todos estos
seres divinos no tienen distinción, además de que tienen sentimientos y
emociones, autonomía y orientan el comportamiento social.
El último capítulo lleva por título
“Entre vírgenes y santas (Patzité y Santa Cruz del Quiché, Guatemala) de Alba
Patricia Hernández Soc. En este estudio la Virgen de la Candelaria y Santa
Elena de la Cruz, son las protagonistas. La primera es fundamental en la
historia de la fundación del lugar. Se dice que apareció en un ojo de agua
lavando su ropa y después de dos encuentros con los lugareños, pidió que le
hicieran un lugar especial para poder estar. Hasta la fecha, la Virgen de la
Candelaria entabla una comunicación cercana con los devotos y entre sus
peticiones está en visitar a su hermana en el Departamento de Huehuetenango el
2 de febrero. Por su parte, a Santa Elena se le ofrece una danza con
serpientes, evento relacionado con la fertilidad del maíz. Ella pareció en
Gumarcajj, lugar ancestral en donde se asentaron los Quichés durante el
posclásico. Con este trabajo, la autora enfatiza las prácticas religiosas de
los pueblos en donde las plegarias y relaciones con estas divinidades
femeninas, rebasan el espacio piadoso-devocional.
Para finalizar, el
volumen cuenta con un prólogo de Johanna Broda y un Epílogo de Félix
Báez-Jorge, maestros extraordinarios con vasta trayectoria académica que nos
han legado una secuencia de estudios que abordan la complejidad de los
fenómenos implícitos en la cosmovisión y la religión popular.
Esta obra colectiva
es pionera en los estudios de la dinámica cultural interna de las comunidades
con respecto a la reformulación de sus divinidades. Es un texto de gran
interés, de lectura obligada y de aportes antropológicos significativos a los
estudios de la religión popular campesina en nuestro país. Felicidades a Ramiro
Gómez y a todos aquéllos que lo hicieron -hicimos- posible.