ENAH, 26 de septiembre de 2013. En el Marco del II Congreso Internacional de Antropología Social. Mtra. Yosahandi Navarrete Quan, UNAM.
Presentación del
libro Los Divinos entre los humanos
Yosahandi Navarrete Quan
El
libro Los Divinos entre los humanos que
estamos presentando hoy nos adentra en el mundo de los santos en pueblos
indígenas de México y Guatemala y la compleja relación que establecen con sus
habitantes y su entorno.
A partir de conceptos como religiosidad
popular, sincretismo, entidades sagradas y paisajes rituales −ampliamente
desarrollados por cada autor−, los ocho artículos que conforman este libro nos
hablan del papel que juegan los santos o divinidades en la vida comunal y
cotidiana de los pueblos indígenas.
La
relación de los hombres con los santos, nos dice Gómez Arzápalo en la
Introducción, permiten asumir la fragilidad humana gracias a las alianzas y
contratos que se establecen entre ambos. De esta forma los pobladores pueden,
hasta cierto punto, controlar el espacio que los circunda, y sobre todo, los
elementos de la naturaleza de los que dependen. De ahí su relevancia, pues sólo
así el hombre siente que puede determinar su destino, garantizar una buena
cosecha, asegurar la supervivencia de la familia.
Los
santos resuelven problemas reales, concretos, y serán valorados según su
eficacia a la hora de hacerlo. Eficacia, nos dice Gómes Arzapalo, “que debe ser
expedita en un mundo herido por la urgencia de la necesidad, que no puede
esperar al advenimiento de un mañana ulterior a toda experiencia.” (Gómez: 12) Un
mañana incierto que se debe domeñar de alguna forma, para lo que se requiere de
una intervención certera e inmediata.
Los artículos del libro se
complementan armónicamente. Explican cómo los pueblos indígenas coloniales
fueron apropiándose creativamente de ciertos elementos cristianos,
resignificándolos y asociándolos con sus antiguas creencias ancestrales, no por
mera sustitución sino por medio de un largo proceso activo de selección y
refuncionalización, dependiendo de los requerimientos específicos de cada
comunidad, como se nos dice en la Introducción.
Este
proceso nos permite comprender la importancia que tienen los santos en la
actualidad. La manera de concebirlos y de honrarlos. Y muestra en la praxis una
resistencia a abandonar drásticamente las creencias ancestrales. Hay que
mencionar también que esta forma de apropiación y de asignar nuevos valores
continúa, adaptándose a requerimientos y problemáticas actuales que las
comunidades enfrentan.
En el artículo “Dioses santos
fundadores de pueblos y de cultos” la autora, Ana María Velasco, nos habla de
la identificación que existe entre las divinidades, como los espíritus
guardianes, los naguales, los fundadores, protectores y santos, con los
espacios donde ejercen su influencia, la cual está determinada, en muchos
casos, desde el momento de la aparición del santo en el lugar donde se le rinde
culto.
Las
divinidades no pueden, ciertamente, aparecer en cualquier lugar. El espacio
donde se establece una divinidad muestra determinados signos o marcas que lo
unen a una sacralidad en particular, y cuyas raíces se encuentran en el pasado.
Son, nos dice la autora, lugares disímiles, pero altamente valorados debido a
su sacralidad o delicadeza, que además constituyen importantes elementos del
paisaje: una montaña, una cueva, el manantial que hay en ella, un río…. Por
otra parte, los espacios son la presencia geográfica de la divinidad en sí
misma. Es el caso de los cerros a los que hay que adorar y solicitar favores.
Y
serán los santos quienes, en última instancia, elijan el lugar dónde deseen permanecer,
dónde quieren que se les construya un templo, recibir su culto. Y una vez
establecida en una comunidad, el pueblo comienza a construir una relación
especial con la imagen. Ana María Velasco destaca entonces una característica
que se señala a lo largo de todo el libro: la humanización de los santos.
Lejos
de ser meras representaciones de los santos católicos, las imágenes de madera,
de yeso, son las divinidades mismas, vivas, con poder de decisión, con gustos
propios y preferencias. Y como cualquier humano, entablan relaciones de
parentesco y de amistad con los santos vecinos, apartándose así del canon
católico ortodoxo, en el que los santos son más bien ejemplos de moralidad y de
códigos de conducta, capaces de brindar eventualmente algunos milagros. Los
milagros, en este caso, se producen día a día, al garantizar la continuidad de
los ciclos agrícolas, la producción de granos, la comida en la mesa.
Los santos, en este contexto, se
mueven en el ámbito de lo cotidiano, del diario vivir. Resuelven problemas,
ayudan a traer las lluvias, cuidan las cosechas, protegen a los habitantes del
pueblo y, en casos extremos, hasta interceden en momentos álgidos de la
historia de la comunidad. Es el caso de la Virgen de la Candelaria en Patzité,
Guatemala, cuando, durante el cruento conflicto armado que se vivió en el país durante
tres décadas, se manifestó ante los soldados que se habían instalado en el
pueblo como una medida de represión, y los conminó a que salieran de ahí pues
ese, señaló, “no era su lugar”. Y lo más importante de todo: no quería que
siguieran “matando a sus hijos”. Madre amparadora, logró que los soldados abandonaran
el pueblo, dejando a la comunidad en paz, como nos narra Alba Patricia
Hernández Soc en su artículo “Entre vírgenes y santas”.
Este
ejemplo muestra que los santos tienen una injerencia determinante en el devenir
de las sociedades indígenas actuales. Y cuando no cumplen con su trabajo el
pueblo les reclama en forma de castigo, ya sea bañándolos o apartándolos de sus
templos, evidenciando así una relación de reciprocidad entre la imagen
sacralizada y la comunidad a la que pertenecen.
Otro
aspecto que llamó mi atención fue la forma en que las entidades católicas,
sumamente arraigadas en el imaginario popular, como es el caso de la Virgen de
Guadalupe o de San José, adquieren nuevos valores alrededor de los cuales se
entretejen historias paralelas de vida, apegadas a las cosmovisiones particulares
de cada comunidad. En el artículo de Félix Báez-Jorge, “Núcleos de identidad y
espejos de alteridad”, tenemos un claro ejemplo de lo anterior. El autor cita
un relato huichol que retoma de Robert M. Zingg.
La narración
habla de la búsqueda que San José y la Virgen de Guadalupe emprendieron para
hallar al Santo Cristo (quien le dio orden al “mundo de los mexicanos”),
llegando hasta las márgenes del mar. En esa región estaban situados los
“ranchos de los gachupines”, de los judíos, los turcos y los monos. Muchos de
ellos “deseaban tener relaciones sexuales con la Virgen de Guadalupe debido a
su gran belleza”. Mientras San José estaba ausente “esas razas violaron a la
Virgen, atacándola por la fuerza. San José creyó que había sido infiel a sus
votos de castidad”, por lo cual la repudió. Sin embargo, “el Padre Sol conocía
perfectamente lo ocurrido. Le dio a la Virgen ropas nuevas y bonitas y ordenó que
fuese elevada a su propia categoría”. Desconfiado y celoso, “San José perdió a
la Virgen por haber sospechada que ella le fue infiel, cuando en realidad la
habían forzado”. A pesar de todo lo acontecido, “San José le envió un ramillete
de flores, que la Virgen halló mientras barría en el patio de la danza”. Ocultó
flores entre sus ropas y éstas penetraron en su vientre, embarazándola”:
Informado de lo sucedido, San José “regaló prendas de vestir a la madre y a su
hijo además de ciento cincuenta dólares”. El niño “era huichol pero enmascarado
de mexicano”. (Gómez: 30)
Como
vemos en este relato, además de la evidente relación con el mito sobre el
nacimiento de Hutzilopochtli, la figura de la Virgen adquiere una serie de
características ajenas a la religión católica. Por ejemplo, la Virgen como
mujer de carne y hueso capaz de convertirse en un objeto de deseo. Y la
consumación de la violación como una demostración de la sexualidad explícita
que puede ejercer. Llama la atención que la violación es externa al pueblo
huichol. Son los gachupines, los judíos y los turcos quienes la ejecutan. La
Virgen también puede ser repudiada. Y sólo la presencia del Padre Sol es capaz
de resarcirla del agravio.
Así, las divinidades adquieren
nuevos valores en la tradición, en los relatos orales y en la relación
cotidiana con sus comunidades, lo que se refleja también en la literatura
latinoamericana actual, como es el caso de la guatemalteca, específicamente la
que se centra en temáticas relacionadas con el mundo indígena.
En la novela El tiempo principia en Xibablá, escrita en español por Luis de
Lión, indígena kakchiquel secuestrado y asesinado en 1984, podemos identificar la
falta de integración entre la Patrona y el pueblo, pues finalmente la Virgen no
deja de ser parte de una religión impuesta, santa extranjera.
La
trama gira alrededor del caos que se desata cuando la puta del pueblo ocupa el
lugar de la Virgen de la Concepción. Esto sólo es posible porque la Virgen
encarna el deseo de los varones del pueblo, por su cara blanca, su figura de
criolla. El deseo es tal que al final Pascual, un personaje que había retornado
de un largo periplo fuera del pueblo durante su paso por el ejército y las
bandas de criminales, se hacer cargo del deseo de sus vecinos y se roba a la
Virgen de la Iglesia, con el sólo propósito de poseerla. Cuando es descubierto
los habitantes de la comunidad lo matan por tamaña herejía. Las mujeres se
juntan para comentar el asunto, opinando algunas que mejor hubiera sido
llevarlo a la cárcel o al manicomio, mientras que otras no están de acuerdo.
−¡Pero tratar
de violar a la madre de Dios! Claro que era loco.
−Vos no
entendés. Como no bajás de tu altar, como no te relacionás con nadie, no ves lo
que hay en el corazón de los hombres de este pueblo. Allí no hay amor de hijos
sino deseo, purititas ganas de cogerla.
−¿A la madre
de Dios, a nuestra madre santísima? Persináte la boca.
−Es que ella
no es nuestra madre. Ella es una mujer ladina cualquiera, pero puesta aquí para
darnos carita, una ladina de pueblo, qué se entiende. La prueba está en que
vienen de la ciudá y entran a la Iglesia y la ven como si nada. Claro, no es la
Virgen de su Catedral, no es siquiera una putita de sus cantinas. En cambio,
aquí todos se desviven por ella, le hacen grandes fiestas, la tienen como la
Reina (…) ¿Sabes una cosa? Yo me he fijado en eso: en la ciudá los hombres de
aquí buscan en las ladinas la cara de la Virgen, aquí buscan en la Virgen la
cara de las ladinas.” (De Lion: 78)
Los
símbolos ancestrales siguen presentes, pero en oposición a los símbolos ajenos.
El pájaro piscoy, encargado de cantar las desgracias de la comunidad, se queda
en silencio ante el secuestro de la Virgen.
Maldito
piscoy, esta vez, sin embargo, a nadie le dijo nada. A nadie del pueblo le dio
el aviso de que se iban a hueviar a la Virgen. Después todos se preguntaban por
qué ese pájaro que siempre anda metido en esas cosas que se llaman malos
agüeros se había hecho el baboso. Y no cabe duda de que lo sabía. Tenía que
saberlo. (De Lion: 66)
En la novela hay una oposición
evidente entre ambas religiones, en sus referentes y valores.
Ahora yo digo
que como es pájaro de indio no tenía por qué avisarles a los indios de lo que
le iba a suceder a una ladina[1].
Pájaro fiel, pájaro del presentimiento (…) le importó poco que fuera la Virgen
la que esa noche iba a ser secuestrada, violada y tirada en el suelo. No era a
tu mujer ni a tu hija ni a tu hermana quienes les iba a pasar eso. (…) Pero sí
hubo alguien que avisó… Pájaro de bronce, pájaro importado, pájaro católico, y
además, amujerado, la campanona de la iglesia, esa misma noche del secuestro
(…) por su misma cuenta dio el aviso somatando tres veces su badajo de una
manera triste. Pero nadie entendió porqué. Pensaron que (…) había sido obra del
viento. (De Lion: 67-68)
Los
espacios sagrados también están presentes en la literatura guatemalteca, formando
parte de la vida secreta de los pueblos, aquella que sólo puede transmitirse de
generación en generación, lejos de la mirada de los otros, de los ladinos que
se quedan al margen del mundo indígena.
Esto
es palpable en la novela Antes de la luz,
de Kristina Boman y Leticia Josefa Velázquez Zapeta, que ocurre en un pueblo maya
kiché, cuando anciano y nieta acuden a honrar y a pedir a la divinidad por el
bienestar común.
El anciano y
la joven se encuentran solos en este lugar sagrado, ubicado entre montañas y
altos pinos zarandeados por el aire. Al moverse, dejan caer agujas que suenan
al tocar el suelo. Para la joven de quince años no existe sonido más hermoso
que el de los pinos del Quiché. Desde ahí dominan todo el paisaje. A lo lejos,
las siluetas de las cordilleras azuladas y brumosas, frente a ellas, una pared
verde de pinos y abajo, las casas de Chalup, la comunidad del anciano. (…) El
anciano está de pie frente a ella con los brazos alzados y las palmas de las
manos vueltas hacia las llamas, murmurando letanías en kiché. Reza al Corazón
del Cielo y al Corazón de la Tierra, al Gran Dios, al gran Ajaw, llama a los
veinte nawales que dan nombre y energía a todos los días del año. La joven le
escucha pedir por la paz, por el futuro de la tierra y por la gente del
municipio de Santo Domingo Cotzal y sus veinte comunidades. (Boman: 13)
La
permanencia del Popol Vuh y los
dioses ancestrales es evidente en este fragmento; símbolos de identidad y
resistencia durante el conflicto armado, que cobran renovada fuerza en la
reconformación de los pueblos mayas que se produce al finalizar esta y que la
literatura refleja.
En
conclusión, el libro Los Divinos entre
los humanos no sólo le da continuidad a las investigaciones de la Dra.
Broda, aportando nuevos conocimientos que son útiles no sólo para la etnología
o la antropología, sino a otras disciplinas como la literatura, posibilitando
nuevas formas de interpretación y comprensión del mundo indígena actual. Hay
que leerlo.
Referencias
·
Boman,
Kristina y Leticia Josefa Velázquez Zapeta. Antes
de la luz. Guatemala: Editorial Piedra Santa, 2010.
·
De
Lion, Luis. El tiempo principia en
Xibalbá. Guatemala: Magna Terra editores, 2003.
·
Gómez
Arzápalo, Ramiro A. Los Divinos entre los
humanos. México: Artificio editores, 2013.